por Nino Ramella
Acaso la mayor tragedia de envejecer es ir quedándonos sin cómplices, sin aquellos con los que nos entendemos en ese reino del sobreentendido en el que no hay lugar para la impostura. Vivimos mostrándonos mejor de lo que somos, pero las amistades largas nos desenmascaran y entonces el vínculo se vuelve otro. No hay más lugar para el disimulo. Entre gitanos no vamos a andar adivinándonos la suerte
Hoy recibí la noticia de dos compañeros que murieron. En esta ciudad de Mar del Plata en la que pienso cada día sería imposible tratar de recordar las veces que en el mismo sitio nos encontrábamos con Néstor Alfonso, por muchísimos años jefe de Fotografía de La Capital.
Quienes no son periodistas en la trinchera de lo cotidiano probablemente no sepan los vínculos que tejen los colegas laburando. Horas de amansadora esperando un ministro… se inaugura un hospital…se corona la Reina del Mar… dictan una sentencia… toman una comisaría… llega el presidente a Chapadmalal… se juega el clásico… conferencia de prensa de los ruralistas… paro en el gremio de la construcción… Y ahí, en un pueblo como el nuestro nos encontrábamos todos, siempre, todos los días.
Y cada uno de nosotros sabiendo los puntos que calza el otro. Néstor casi siempre refunfuñando. Porque era bastante caracúlico, a decir verdad. ¡Bajen los micrófonos! Gritaba con bronca para que los fotógrafos pudieran sacar la foto.
Uno teje vínculos en esas circunstancias que con el paso del tiempo pasan a ser los mejores recuerdos de su vida y la mera evocación nos fusila de nostalgia y nos afloja la lágrima.
Tenemos amigos nuevos, claro que sí. Pero, como decía María Elena, un amigo nuevo no es lo mismo…nos quiere por la mitad.
Hoy para muchos de nosotros una silla ha quedado vacía en torno a la mesa de los cómplices irreemplazables. Y la tragedia es justamente esa… nadie puede ocuparla.